El Barón de la Laguna era un hombre seductor en toda la extensión de la palabra.
Cualquiera que hubiera tenido ocasión de haberlo tratado, ó se hubiera acercado á él, era seguro que habría salido convertido en amigo suyo.
Reunía condiciones especialisimas para atraerse á todas las personas; poseía un carácter bondadoso; tenia modales muy fínos y era en sumo grado atrayente; además que se le tenía por un consumado político.
En el tiempo que dominaron las fuerzas luzo-brasileras, después de la separación de estos últimos de la corona de portugal, cuando quedaron dueños y señores de este país, con el nombre de Provincia Cisplatina, el Barón de la Laguna quedó en el carácter de Gobernador, y por todos los medios trató de conquistarse á los hijos de esta tierra con sus corteses maneras, y particularmente á los que no había podido reducir por las armas.
Con aquella afabilidad característica suya, sedujo al General don Fructuoso Rivera y lo hizo servir bajo sus banderas.
Lo hizo nombrar Capitán General de la campaña y le dio grados y honores, y tanto lo elevó, que fué Rivera, después de Lecor, la primer figura que sobresalía en la dominación brasilera.
Y así como á Rivera, que después de haber batallado tanto contra la invasión extranjera como uno de los principales jefes de Artigas, sucumbió á la política astuta de Lecor y lo atrajo á sus filas, hubieron algunos más que se plegaron á los dominadores, pero fueron pocos.
Esto fué debido, más que á otra cosa, á la astucia del dominador, que con habilidad extremada, tendía las redes de tal modo, que caía en ella todo aquel que pudiese hacerle sombra, y de los más empecinados enemigos, sabía conquistarse adictos.
Era, el Barón de la Laguna, en extremo práctico en las cosas de la vida, y estaba dotado su natural de una filosofía positivista en grado extraordinario ; sabia hacerse querer por todos, así es que mientras tuvo las riendas del Gobierno en sus manos, no dejó de manifestar su evidente empeño en hacer olvidar la conquista, que bajo pretexto de pacificación, se había apoderado de esta bella y rica región.
Así es, que bajo su Gobierno, la tolerancia no dejó de predonninar, y las relaciones se establecieron entre muchos orientales y brasileros, uniéndose algunos de éstos con hijas del país que los hicieron ligar más y más á esta tierra.
Como hemos dicho, la táctica establecida para acapararse la buena voluntad de los orientales, dio en parte sus resultados, pues se captó á cierto número, que distinguió Lecor con buenos empleos y beneficios. Las famosas guerrillas que dieron bastante que hacer entonces, casi en su totalidad, eran compuestas de hijos del país, en donde se encontraban los Llerenas y otros.
En la época aquella en que parecía que el do-minio extranjero se podía casi afirmar había sentado sus reales en el país, para no ser despojado de la usurpación, alguno de sus hijos que no habían querido doblegarse ante las huestes extranjeras, y conservaban ardiente en sus corazones el sagrado culto de la libertad, hostilizaban de todas maneras al usurpador y trabajaban con fe y ardor por sacudir el yugo opresor.
Lecor era sabedor de ello, y tolerante como era, hacía vista ciega á sus trabajos, tal vez no dándoles mayor importancia, pues con los medios con que contaba el ejército de que disponía, se consideraba bien seguro.
Á más que tenía al General Rivera á su servicio, el único caudillo que creía podría hacerle sombra é intentar algo formal, por el prestigio que tenia en la campaña y por sus aptitudes personales.
También las relaciones del Brasil con el Gobierno Argentino eran cordiales, al extremo que éste no sólo había tolerado la conquista de este país, sino que hasta en perseguidor se había convertido de los orientales patriotas, que tenían que vivir ocultos en donde creían haber podido encontrar refugio.
El General Lavalleja, el jefe de los Treinta y Tres denodados patriotas, sufrió la prisión y reclusión de muchos años de aquel Gobierno, por reclamos de Lecor, y así como Lavalleja, el General Medina en Entre-Ríos fué preso y se le pusieron barras de grillos, y otros muchos más, sólo porque conspiraban contra el dominio extranjero y por la libertad de su país. .
Lecor confiaba demasiado en la sinceridad del Gobierno Argentino, ó mejor dicho, el Brasil, y tarde le vino el desengaño. Es extraño que un hombre tan perspicaz, pudiera adormecerse con una política tan solapada como la que usaba aquel Gobierno, que aunque parecía leal, en su ánimo existía el deseo de que se libertase este país.
Verdad es que el torrente de la opinión pública lo arrastraba á esto último, pues el pueblo argentino todo estaba de acuerdo en que era una ignominia que la Provincia Oriental estuviese en poder de los brasileros, y conspiraba con los Orientales para darle libertad y emanciparla del poder extranjero.
Sabemos los resultados que esto dio, que fué el triunfo de la emancipación de este pais del poder extranjero, que tarde ó temprano tenia que suceder, pues no era posible que un pueblo que tantos sacrificios habla hecho por la libertad^ no sacudiera el yugo opresor.
Entre las dotes que distinguían á Lecor, habia algo que lo hacía notable y era su carácter ocurrente.
Entre muchas de sus frases, célebres aun hoy, se recuerda la que empleaba en infinidad de casos cuando había alguien que protestaba contra sus medidas, á lo que con mucha flema decía :
«Protestas e caldo de galinha é o mesmo».
Y otras veces decía :
« Protestas e caldo de galinha no fazen mal a ninguem».
El General Rivera le tomó mucho en su modo de ser á Lecor; fué un digno discípulo suyo, pues sus maneras y la suavidad de su política, en que predominó hasta cierto grado la tolerancia en todo, fué inspirada por el ejemplo que había dado Lecor durante su permanencia en el pais.
Y aún muchas de sus ocurrencias eran tomadas en gran parte de aquél, á pesar de que ponía mucho de su parte, pues es innegable que poseía una inteligencia natural que verdaderamente sorprendía.
Tan suave era Lecor, que aun ya pronunciada la revolución, no se hizo notable por medidas brutales contra los que en la ciudad misma trabajaban por su triunfo, y aunque eran estrictamente vigilados, podían comunicarse con los patriotas, y en aquella época, en que aun las mujeres mismas ponían manos á la obra de libertar la patria, otro más severo que Lecor, nada tampoco habría conseguido, pues que á un pueblo que quiere ser libre, no hay barreras que se le resistan ni diques que no rompa.
Fonte
PEREIRA, António N., Cosas de Antaño: Bocetos, perfiles y tradiciones interesantes y populares de Montevideo, Imp. El Siglo Ilustrado, Montevideu, 1893. pp.171-176